Gracias a su paso por AIEP, hoy trabaja ayudando con la reinserción de reclusos.
La vocación. ¿Existe realmente? ¿Existe ese impulso que nos va llevando por un camino u otro? La historia personal de cada individuo suele ser diferente en cada caso, con múltiples motivaciones para elegir una carrera o una senda por la que transitar en la vida, pero hay casos en los que ese llamado sí es una realidad y hace, a veces, que la vida dé giros inesperados.
Es el caso de Nelson Miranda (30), Técnico en Trabajo Social de AIEP y actualmente en proceso de titulación como Trabajador Social en otra casa de estudios.
Hasta los 24 años, su vida transcurría en una fundición minera en la periferia de Antofagasta, donde se desempeñaba en turnos rotativos de cuatro por cuatro, merced al título de Operador de Plantas Químicas de nivel medio que había obtenido en un liceo en su natal Calama.
La vida le era favorable, según cuenta, con un pasar económico que le daba una estabilidad que, siempre pensó, era lo que se necesitaba para ser feliz. Sin embargo, en la mitad del camino seguía sintiendo que había espacios que no lograba llenar. Su realización no estaba en la minería.
“Empezó como todas las cosas. Primero como una idea y después como algo que no se me salía de la cabeza. Me llevó tiempo reflexionarlo, ver realmente qué era lo que me gustaba. Así de a poco fue surgiendo el tema del trato con las personas, del diálogo. Tenía esas ideas en la mente y comencé a llevar la búsqueda por ese lado. Así apareció Trabajo Social”, relata.
Ya con la idea instalada en la cabeza, Nelson Miranda recuerda que “un día venía de vuelta de un turno de noche y me bajé en el centro. Pasé por la puerta del AIEP y pensé ‘por qué no entrar a preguntar, no pierdo nada’. En media hora ya estaba matriculado y listo para empezar las clases. Las cosas se dieron tan bien desde que entré a la sede que pareciera que estaba escrito que tenía que estudiar en AIEP”.
Ya embarcado en este nuevo viaje, y apoyado en las ventajas del Programa Ejecutivo Vespertino (PEV) y su encomiable esfuerzo, logró compatibilizar su trabajo minero con sus incipientes estudios, los que fueron cautivándolo desde el primer día. El vuelco definitivo vendría hacia el final de la carrera, a comienzos de 2019.
“En enero de 2019 me titulé y, casi al mismo tiempo, me echaron del trabajo. Un par de días después, me enteré de que iba a ser papá… Mi vida cambió rotundamente”, reflexiona, sobre la transición que lo llevó a dedicarse definitivamente a su ahora nueva área de especialidad.
Un trabajo que llena el alma
El comienzo no fue fácil. Sin trabajo y buscando iniciarse como Técnico en Trabajo Social, la oportunidad que esperaba tardó un tiempo en llegar. En el intertanto, más sacrificio: “Estuve un tiempo largo haciendo de todo, cualquier cosa para poder mantener a mi familia. Fui repartidor de agua, manejé Uber, repartí pizza… Hacía lo que viniera”, afirma.
Hasta que en la segunda mitad de ese año las cosas empezaron a acomodarse. “En agosto de 2019 postulé a un trabajo en Calama, en una fundación que se llama Ciudad del Niño, que depende del Sename. Hice todo para cambiarme a Calama, pero estuve apenas tres semanas. Estaba recién empezando allá en Calama cuando me sonó el teléfono para ofrecerme un contrato en Gendarmería, donde había postulado tiempo atrás. No lo pensé. Dejé todo tirado y volví a Antofagasta. Y ahí comenzó esta aventura”.
Actualmente, Nelson ya se encamina a los cuatro años en el Centro de Reinserción Social (CRS) de Gendarmería en Antofagasta, donde está a cargo de los trabajos comunitarios.
“Por un lado, trabajo con los internos que ya cumplieron condena en la cárcel y tienen que cumplir con el pago de multas, pero como estuvieron privados de libertad durante años no tienen el dinero para pagarlas, por lo que hacen trabajos comunitarios para saldar esas deudas. Ahí llegan conmigo para llevar a cabo todo ese proceso. Me toca hacer toda la gestión de redes para que ellos puedan pagar esas multas a través de un trabajo comunitario y así eliminar sus antecedentes”, cuenta Miranda. “Por otro lado, atiendo a personas que tienen condenas como manejo en estado de ebriedad, violencia intrafamiliar, hurtos, tráfico… Ellos pasan por un juicio, pero el tribunal decidió no mandarlos a la cárcel, pero sí condenarlos a realizar determinadas horas de trabajo comunitario”, acota.
En el ejercicio de su labor, Nelson asegura también que encontró una pasión, que lo mueve y motiva cada día. “Trabajo con personas que están buscando una nueva oportunidad. Gente que llega a uno pensando que no hay solución. Y a través de mi labor puedo orientar a las personas, capacitarlas y ayudarlas a entender que sí pueden salir adelante, que pueden eliminar antecedentes, buscar trabajo y que, en definitiva, sí hay solución. Eso es algo muy bonito también, poder ayudar a las personas a reinsertarse en el mundo laboral”, puntualiza.
“Me gusta decir que mi trabajo me llena el alma”, asegura igualmente. “Cuando decidí dejar la minería para estudiar y trabajar en el mundo del trabajo social, muchos hasta criticaron y cuestionaron mi decisión. Pero lo mejor que pude haber hecho fue seguir mi vocación”, comenta.
“Decidí dejar la zona de confort y no me arrepiento”, enfatiza igualmente. “Hoy mi zona de confort es la tranquilidad que siento cuando ayudo a las personas. Me gusta lo que hago, me gusta estar constantemente aprendiendo y buscando herramientas para mejorar, no solo como persona, sino como un conjunto. Los últimos años, con la pandemia y el estallido social, nos pudimos dar cuenta que uno puede ser un aporte. Me gusta mi carrera porque es vocacional y me llena el alma. Todos los días siento la motivación que se necesita para trabajar, creo que eso demuestra que tomé la decisión correcta”, sentencia.